52 semanas · #1



I

Señoras, caballeros, ruego su atención.
En unos momentos procederemos a abrir el telón.
En esta sesión, no nos introduciremos en la mente del sujeto: él abrirá su mente.
No olviden preparar sus receptores de imaginación en bruto. Recuerden que los humanos tienden a bloquearse con los excesos de creatividad, así que deben ser rápidos.

II

«…mamente?»
Mamente. ¿Qué querrá decir con «mamente» el señor de la chaqueta gris? Otra buena pregunta es por qué lleva una chaqueta como esa encima del chaleco encima de la camisa en una habitación que está al menos a veintiocho grados. Ahora me mira de manera extraña. ¿Creerá que estoy planeando asesinatos? Yo estaba intentando saber qué iba a hacer con la trama de mi historia, nada más. Ah, me habrá hecho una pregunta. Claro, claro.
-           Clara.
Vaya, si habla.
-          ¿Te importaría contarme qué has soñado últimamente?
De hecho, desconocido, sí que me importa. Ah, no eres un desconocido: eres un psicólogo. Ahí está tu título. ¡Estudió en mi lugar de nacimiento!
Mientras apoyo los codos en las rodillas y junto las manos –parece que estoy rezando, pero no, imito a Sherlock—busco una manera de ordenar mis sueños para que tengan cabeza y pies y asusten al señor que tengo enfrente.
Dios mío, soy malvada.
-         — Había una guerra.
Cuánto dramatismo.
-          — Una guerra entre dioses, una misión entre los hijos de los distintos panteones.
Me olvido de mencionar la lava que salía de la nada y que era Diana quien odiaba al mundo. No sé qué le había hecho, pero ni siquiera soportaba a sus arqueras y daba miedo. Por supuesto, era culpa mía.
-          — Los mejores héroes fueron entrenados en la casa de Apolo –Apolo estaba asustado de su hermana y nos hacía comer toneladas de comida vegetariana además de cantar todo el día. No pregunten— y acabaron en una misión en la Roma renovada –manera bonita de decir que no era Roma, sino un lugar extraño que salió de mi subconsciente—No era la primera vez que la hija de Atenea estaba allí. Recordaba otro tiempo, la misma fortaleza en la misma plaza, el mismo café que solo aparecía si dabas dos vueltas en un sentido y tres en el otro. Sabía que en el café estaba la clave de todo, pero el café cerró sus puertas y los héroes buscaron pistas en la gran fachada del edificio, donde otros héroes retirados habían creado su vida –Había anuncios en los pisos. “Consulta de Granger y Malfoy” “Luna Lovegood, editor”. Solo con lo que decían podías imaginar mil fics malos de Harry Potter— Y los otros héroes decidieron ayudar a los hijos de los dioses.
Un momento. Ya sé como seguir con mi libro. ¿No era eso lo que estaba haciendo cuando este señor me interrumpió?
  — ¿Qué ocurría entonces?
Yo levanto la vista, mirando el título, que ahora es un cuadro basado en kiwis. Normal. No hay universidad donde yo nací. Sonrío sin mirar al doctor.
  — Que me desperté.

III

— ¿Quién eligió el sujeto de la sesión?

El recolector jefe se pasea entre sus empleados, con la idea más amenazadora que había podido encontrar en él. Concretamente, la de los cargos militares nazis en un barrio judío antes de la Segunda Guerra Mundial. 

Los recolectores de creatividad menores no reaccionan. No puede tocarlos, pero puede quitarles todas las ideas menos la de recolector, lo que los convertiría en poco más: en lo que eran antes de quedarse con las ideas de los humanos. Recolectar las ideas necesarias para ser de un rango normal entre recolectores es un proceso lento, mucho más lento que una vida humana.

 Un escritor —dice el recolector, ejerciendo el significado más pleno de aquellas palabras sobre sus subordinados.

No necesita decir nada más, porque la idea de escritor es la contraria a la idea de recolector, y acaba de dejar que ellos la vean en toda su extensión. 
Mientras que los recolectores aprovechan toda creatividad que desperdician los humanos en sus sueños, o recogen los recuerdos de los muertos, los escritores controlan sus propias ideas de manera que nadie puede apoderarse de ellas. Pueden crear en cualquier contexto y en cualquier parte, y técnicamente, aquella joven podría haber extraído todas las ideas de los recolectores presentes.  

— Antes no era.

Es uno de los recolectores más jóvenes, a los que aún le cuesta usar la palabra, y el responsable de una catástrofe que no tuvo lugar gracias a la rápida actuación de los transportadores de conciencias.

— Por supuesto que antes no era. Los escritores se hacen a sí mismos, imbécil. Todos los escritores han sido en algún momento humanos normales, y entonces, tienen su primer sueño conexo y le dan sentido después de despertarse. Si hay suerte, es solo el periodo imaginativo de la infancia, y se puede aprovechar con cuidado. Si no hay suerte...

Las pocas ideas del culpable de la alerta de seguridad son atrapadas por el recolector jefe.
Cae el telón.




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