Hey, sweetheart





Hola, Alan.

Catorce de enero de 2018, dos años desde que dejaste el reino de los mortales, y puedo decir después de dos años que nunca he llorado tanto como he llorado por ti.

Sigo sin entender por qué es así, y creo que nunca lo haré del todo, por mucho que mi meta en la vida sea entender y ayudar al humano. Tengo algunas hipótesis, claro, comparando lo que siento por otra gente que se ha ido. La primera es que sabía que iba a pasar, pero me daba más tiempo, inocentemente obviando la existencia de los giros de acontecimientos en la vida real. Pensaba algo así como salir del trabajo y enterarme por un titular que me hiciera llorar unos diez minutos. «Sadly but peacefully passed away at the age of». No pensaba llegar un día después de seis horas de instituto, ir a revisar notificaciones y ver tu nombre en toda mi pantalla. No tenía para nada planeado que me fallaran las piernas y resbalar hasta el suelo, así, como enseñan en las películas y que yo pensaba hasta entonces que era solo dramatismo, y pedir a todos los dioses que no fuera nada que no se pudiera solucionar mientras tenía el corazón en la garganta. Después de aquello me convertí en una patética magdalena autómata: miraba al cielo justo cuando había dejado de pensar en ti y recordaba «Alan está muerto» y vuelta a empezar.

Me acuerdo de la primera vez que ver una foto tuya después de todo y pude sonreír en vez de intentar no llorar. Pensé que ya estaba. ¿Cómo iba a estar? ¿Cómo iba a pretender que simplemente se me pasara, como un resfriado? Nunca voy a dejar de echarte de menos, lo que tiene bastante gracia para cualquier otro ser que lea esto, porque no nos conocíamos de verdad y blah blah blah. Paparruchas, si quieres mi opinión. No te echo de menos como si irte hubiera sido un impedimento a un sueño y ese sueño fuera conocerte. Te echo de menos porque no puedes estar con la gente que te quiere, y cada vez que pienso en Rima o en Emma se me queda el corazón hecho un guisantito y me duele respirar. Echo de menos ir en caza de tus últimos proyectos y ser inocentemente feliz pensando que podrías ser el fancast de x o de y. Y echo de menos encender la tele y que estés ahí y tener ese medio sentimiento de fascinación y medio de querer abrazarme en una bola humana por, básicamente, no poder con mi vida.

Esta noche he soñado contigo. Era bastante de esperar, pero cuando he vuelto a mi cama me he dado cuenta de las poco que deseaba despertarme. No pasaba gran cosa –ni interactuábamos una barbaridad—, pero oye, estábamos felices cada uno por su lado. Ha sido bastante bonito.

Mierda, Alan. No sé de dónde vino lo de quererte tantísimo, porque pasé media vida odiando a tus personajes y las pobres gentes que hacen personajes que no soporto normalmente se llevan poca simpatía. El asunto es que esto ya no tiene apaño.

En este mismo día hace dos años escribí un texto que nunca he compartido con nadie hasta hora, porque sentí que en algún sitio tenía que echar tanto sentimiento si no quería explotar. Con la herida recién hecha y un paquete de pañuelos como segundo al mando, escribí cosas como que no sabía cómo sentirme, porque triste es una palabra pequeña y yo me estaba desangrando. También dije que sabía que la herida se iba a cerrar, se tenía que cerrar, y que iba a dejar cicatriz, y que aquella cicatriz iba a ir siempre conmigo, casi como un tatuaje. «Esta es de Alan, diré. Me costó un trozo de mi alma y muchas noches convencerme de que no moriría para mí hasta que yo no me llevase su recuerdo al mismo sitio al que él fue un catorce de enero».

Creo que nunca he escrito nada tan grande.

No sé si te gustará saber que colaboraste en el (des)propósito de que un ser como yo volviera a pensar en la opción de dedicarse a ayudar a los demás. Cierto es que lo de dedicarme a la medicina siempre ha estado ahí de una manera u otra, pero en enero del 2016, veía mucho más real dedicarme a los animales, porque los humanos no me caían tan bien, y ese sueño de curar y buscar cura motivado por Derek Shepherd y el Alzheimer que se había llevado a mi abuela se empezaba a disipar. Entonces moriste de cáncer de páncreas, y después del shock, cuando el hecho de tu muerte no era solo que no estabas, sino que tenía  apellidos, me dije que no iba a permitir que arrancaran a más gente de la vida de más gente como te habían arrancado a ti. No sé si voy a descubrir un marcador de cáncer de páncreas maravilloso que nos avise cuando haya mucho tiempo para hacer cosas, pero por algún sitio tenía que empezar, y ese sitio era la facultad de Medicina, y aquí estoy por poco que me lo siga creyendo.

Oye, Alan. Igual ya sabes esto –me imagino a Apolo correteando en círculos alrededor de ti informándote de la trama de esta cosa con todo detalle—, pero cuando moriste dejé de escribir tu personaje en cierta historia de intrigas llena de deus ex machina y menciones a comida en general que llevo bastante tiempo escribiendo. Te acabábamos de rescatar de las garras de una señora peculiar, estabas hecho polvo y todavía te dio tiempo a reírte. Desde entonces, no te he escrito. Va siendo hora de que vuelvas a aparecer, sobre todo porque eras bastante importante en la trama y que te fueras pues la fastidió un poco. Igual hay gente que piensa que no tengo permiso para escribir tales mierdas, pero que le vamos a hacer. Es mi mierda. Y creo que me va a costar escribirte, pero a la vez me va a hacer esas cosquillas reconfortantes en el pecho.

Supongo que no estás tan lejos al fin y al cabo. No estás aquí pero tampoco enfermo, y así puedes echarnos un ojo, y cuidar mucho de toda tu gente, que no me creo yo que los seres de aquellos lares no sepan quién eres, porque eres Alan Rickman y puedo ver fácilmente un club de dioses fanses.  Te doy permiso para que te rías de mis desgracias porque siempre me has inspirado a superarlas, y si no que se lo digan a los archivadores de los tiempos duros donde siempre había una foto tuya. La verdad es que has inspirado muchas cosas. Por ejemplo, le hiciste un gran favor a Severus Snape. Desmedido, incluso. Siendo sinceros, sin ti difícilmente estaría tan empeñada en que podría salvar y corregir al muy cabrón de tener oportunidad.

En fin, Rickman. Me temo que no voy a dejar de pensar en ti por mucho que pase el tiempo. Espera muchas otras cartas.

Con amor (mucho más del que jamás pensé tenerte cuando te vi haciendo de mala persona por primera vez),


Firen

No hay comentarios:

Con la tecnología de Blogger.